En el contexto de las formas democráticas, cualquier presidente electo sintetiza como imagen la posibilidad de un destino diferente. Pocas veces la decisión de las mayorías electoras refiere a un proyecto a futuro, y se parece más a una huida del pasado. Algunos políticos logran consolidar ambas imágenes, la de salir del pasado tortuoso y la de representar un futuro brillante. En los tiempos que corren, esa imagen que sintetiza el transcurrir hacia un mañana venturoso suele evaporarse al poco camino de andar.
por Gabriel Bulgach
En algunos casos se registra el error de los votantes y aparecen nostalgias de tiempos que ahora no nos parecen tan malos; en otros casos, la misma operación vuelve a repetirse y la ilusión en un nuevo líder va in crescendo.
La idea de un salvador, un mesías que todo lo transforma con su llegada, está fuertemente internalizada como mito especialmente en occidente. Probablemente ese mito se configuró en tiempos históricos en los que las naciones y los pueblos, las ciudades, eran de pocos miles y la presencia impactante de un líder con capacidad de movilizar unos cientos se hiciera sentir con fuerza en el todo social.
Las formas de gobierno sucesivas siempre personalizaron sobre unos hombros: faraón, rey, papa, emperador, presidente, primer ministro…la figura que prefieran. Siempre había un grupo selecto de influyentes alrededor, administrando las relaciones, recibiendo tareas, asumiendo roles y funciones, pero cuando había que echar culpas, ya se sabía de quién era la cabeza responsable.
De miles a cientos de miles, a millones y hoy miles de millones de seres humanos en un planeta que va configurando la primera sociedad planetaria fuertemente conectada, todo se ha ido complejizando justamente por la sumatoria creciente y exponencial de actores diversos, con intereses específicos y contradictorios, cuotas de poder disímiles, alianzas variables, miradas divergentes. Y a pasos aceleradísimos. En estos últimos y cortos par de años, han ganado fuerte influencia los programadores y empresas dedicadas al desarrollo de la inteligencia artificial, por poner sólo un ejemplo. Su capacidad es tal que en poco tiempo más podrían ser los portadores de las llaves que permitan que todo funcione, inclusive la naturaleza.
De todos modos, pareciera que todo está fuera de control, que mañana puede ser muy distinto del hoy, que el nivel de incertidumbre sobre el futuro general y particular aumenta. Paralelamente está documentado y verificado que la concentración de la riqueza y recursos en cada vez menos manos es un proceso en aceleración. Mientras unos pocos (personas, empresas, organizaciones, países) acumulan día a día, las grandes mayorías (personas, empresas, organizaciones, países) son despojadas y expoliadas en una fenomenal transferencia con ritmo cotidiano.
Esto se ve con lupa en el caso argentino. Un pequeño articulado de palabras en un documento está permitiendo que en cuestión de días los monopolios y oligopolios de los productos y servicios más relevantes para la existencia humana queden habilitados a acelerar el proceso de robo social vía transferencia de ingresos brutal.
La cuestión es que a todos los actores les gustaría poder hacer lo mismo, con desconsideración absoluta de ese mismo conjunto social.
Todos los actores políticos de nuestro tiempo, independientemente a su signo, pierden capacidad en la dinámica del proceso de concentración general del sistema. Y, por supuesto, en esa desventaja de poder, cualquier movimiento que intenten en otra dirección menguando el impacto de los condicionamientos impuestos, no hacen más que fracasar en sus propósitos agregando nuevas frustraciones de las mayorías.
Y vuelve la rueda a girar, con la compulsión de salir del estado asfixiante (en Argentina poniendo a un Milei como nuevo salvador), acercándonos un paso más al precipicio.
Desde nuestra perspectiva, si hubiera sido el otro candidato, la dirección del proceso de concentración no se hubiera movido ni un milímetro. Aunque quizás los tiempos hubieran resultado menos acelerados. Es decir, no hay cambio de dirección, pero sí de velocidad.
Como dijo Silo, “He aquí la gran verdad universal: el dinero es todo. El dinero es gobierno, es ley, es poder. Es, básicamente, subsistencia. Pero además es el Arte, es la Filosofía y es la Religión. Nada se hace sin dinero; nada se puede sin dinero. No hay relaciones personales sin dinero. No hay intimidad sin dinero y aún la soledad reposada depende del dinero.
Pero la relación con esa «verdad universal» es contradictoria. Las mayorías no quieren este estado de cosas. Estamos pues, ante la tiranía del dinero. Una tiranía que no es abstracta porque tiene nombre, representantes, ejecutores y procedimientos indudables”.
La cuestión no es MIlei (ni Trumps, ni Bolsonaros, ni Voxs, ni ningún personaje fascistoide que vaya a aparecer con tendencias medievales tecno), aunque resulte urgente morigerar sus intenciones. La cuestión es la dirección y la velocidad de la dinámica con que el sistema concentra y despoja de recursos como caras de una misma moneda, maximizando la lujuria y multiplicando la miseria.
Es posible producir un cambio de rumbo y una desaceleración dentro del mismo sistema? O necesariamente la compulsión histórica tiene que agotarse en un todos contra todos y desarticularse por implosión?